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PULP REGRESA

Actualizado: 9 oct 2018



A pesar de la promesa que sugiere su largo título –Pulp: una película de la vida, la muerte y los supermercados–, ésta es en realidad una película bastante sencilla y dentro del subgénero de los documentales de música, es original, aunque esto no necesariamente implique mucho más. No es una exploración profunda sobre Pulp, sus orígenes, su historia o sus aspiraciones, como podría esperarse por tratarse de una banda tan popular; no es, como podrían pensar los británicos, dado que en los noventa algunas de sus canciones, encabezadas por “Common People”, se convirtieron en himnos de la clase trabajadora, una exploración de la vertiente social de estos músicos; tampoco, una disertación sobre la vida, la muerte y mucho menos sobre los supermercados. Ni es, como muchos lo han considerado, un documental sobre la gente común de Sheffield, la ciudad de origen de la banda británica. Es más una película sobre los fans de Pulp en Sheffield, sobre la gente que los considera los hijos pródigos de la ciudad y sobre gente que ha escuchado, no ha escuchado o cree haber escuchado hablar sobre Pulp, que está armada como un evocativo suvenir del concierto de despedida que el grupo dio en esta pequeña ciudad industrial en diciembre de 2012. Es un mosaico emocional, con sentimientos que no siempre surgen de la música de la banda, pero editado de tal manera que lo hace parecer así. Es un filme que apela a los oídos que están conectados al corazón. Es decir, es un trabajo muy ad hoc al tono melodramático de las canciones que le sirven de soundtrack.

El director, Florian Habicht, y Jarvis Cocker se conocieron en el London Film Festival de 2011. Habicht lo invitó a ver el estreno de su filme, Love Story, a través de un amigo. Y Jarvis acudió probablemente ya con un objetivo en mente. Al parecer, tenían mucho en común, rebotaron algunas ideas y, en poco tiempo, Habicht, sin conocer nada ni a nadie en Sheffield –más que a quizá su oriundo más famoso en el mundo–, viajó con su pequeño equipo a filmar. Eso sí que es guerrilla filmmaking.  Topaba gente en la calle y los entrevistaba: personas que pudieron haber conocido a alguno de los miembros de la banda (como el dependiente de una pescadería donde un tiempo trabajó Jarvis de joven), gente que tiene alguna relación con sus canciones (como una viejita que a pesar de haber tenido que trabajar arduamente para cuidar a sus muchos hijos tras la muerte de su esposo se mantiene optimista ante la vida, a sabiendas de que el final siempre va a llegar), fans que han viajado kilómetros para estar en el gig (como una joven enfermera, madre soltera, estadounidense), o personas que no tienen idea de quién rayos es Pulp (como un par de niños que, con tal de aparecer frente a la cámara, cantan y bailan una de las canciones del grupo del que nunca habían escuchado hablar, cuando alguien de la producción los introduce a su música). El director también filma situaciones en las que, de alguna manera, Pulp es protagonista: como un momento en una cafetería de lo que parece ser un asilo en el que todos los ancianos, a coro, interpretan completo uno de los himnos contemporáneos de la compasión a la vejez “Help The Aged” (cause one day you’ll be older too), en mi opinión, la mejor secuencia del filme; o una práctica de futbol femenil con el baterista, Nick Banks, como entrenador del equipo y padre de una de las jóvenes jugadoras, que además consiguió que Pulp las patrocinara; o el ensayo de un grupo de gimnasia con música de los británicos, o un coro de señoras que interpreta “Common People” con voces que parecen jamás haber conocido el rock.

La dirección del filme se mueve al ritmo de Pulp, como si el grupo y su influencia se hubiera desintegrado en pequeñas migajas acomodadas a lo largo de un camino sin rumbo. Por aquí, la historia de la tecladista, Candida Doyley su Parkinson; por allá, Jarvis mostrando su equipo tras bambalinas (que incluye medicinas para todo tipo de males y un elegante vestuario) o cambiando una llanta, conservando su espíritu de simple ser humano. Como momento cúspide está el espectáculo final, las luces y el behind the scenes, la gente gritando y Jarvis provocando con la cadera. Y, por todos lados, como pilares, como enormes árboles robustos dándole sustento y magia a esta tierra que podría ser de nadie, las canciones, esas banderas flagrantes de varias generaciones. La fuerza que cada una por sí tiene no las hace necesitar una película para trascender; pero cómo le ayudan al documental a distinguirse del montón.






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